Falso amigo n.º 14: amona (euskera) ≠ mona (español)

amona (euskera) ≠ mona (español)

Los monos son unas criaturas inquietantes. Tiempo antes de que Darwin hubiera señalado el parentesco que nos une a ellos, ya se los contemplaba con cierto reparo. Los griegos los llamaban simós (σιμός), es decir, chatos, lo que delata la tendencia que tenemos a compararlos con nosotros, los humanos. En latín el término derivó en simius y de aquí al castellano simio y también al vasco tximu o tximino, que significa mono. Pero para llegar a las palabras mono y mona hay que partir del árabe. En la cultura árabe ver un mono implicaba mala suerte, así que se esforzaron en adjudicarle apelativos complacientes, como maimūn (ميمون), que significa afortunado. En la provincia de Salamanca se sigue confeccionando un dulce típico con forma de roscón que lleva por nombre precisamente «bollo maimón», que etimológicamente significaría bollo agraciado. Pero la palabra maimón dio para más que para el bollo y a la hembra del mono se la llamó en castellano antiguo maimona. Después, parece que influido por la palabra monna italiana, abreviatura de ma donna, el término acabó derivando en mona.

Al euskera no llegó la influencia del arabismo mona, pero hay una palabra que se le parece mucho y que no tiene nada que ver. Se trata de amona, que significa abuela. Su traducción literal es muy interesante, pues amona significa ama ona, es decir madre (=ama) bondadosa (=ona). En euskera hay otras maneras de llamar a las abuelas, como por ejemplo amama: ama + ama = madre + madre = abuela. Lógico. Yo me quedo en cualquier caso con amona, palabra inventada sin duda por algún nieto malcriado y un poco pelota.

He querido ilustrar esta pareja de falsos amigos con el cuento de Caperucita, donde la abuela tiene un papel fundamental y más lúcido, si se me permite decir, que el de la madre, que es una descerebrada que manda a su hija a través de bosques infestados de lobos. Y sin móvil. Además, es un cuento donde se juega con los engaños y cambio de identidades. Todo muy «falsos amigos». En este caso he decidido sustituir a la amona de Caperucita por una simpática mona, mientras la abuela (o quizá el lobo) se esconde en el arcón. De todos modos sí he pintado una amona en el dibujo. Se trata de la mariquita. Y no me refiero al lobo travestido escondido en el armario, sino a la mariquita que se camufla en la caperuza roja, pues mariquita en euskera se dice amona mantangorri, literalmente, la abuela del delantal rojo.

Pues nada, creo que ya me he ganado el apelativo de pintamonas/pintaamonas.

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