Falso amigo n.º 64: aranja (catalán) ≠ naranja (español)
En «El banquete» de Platón, varios personajes se ponen a filosofar sobre el amor. Una de las teorías con más salero es la de «la media naranja». Se ejemplifica con un mito, según el cual el ser humano primigenio tenía dos caras, cuatro brazos y cuatro piernas. Zeus, en un cabreo tonto de esos que a menudo tienen los dioses, seccionó a estos seres en dos partes iguales y desde entonces, cada medio ser humano se pasa la vida buscando su otra mitad.
Claro, Platón no hablaba de naranjas, en parte porque no había. Fueron los árabes los que las trajeron a Europa en la Edad Media con el nombre de نارنجة (nāranğa) ¿Tendrá la palabra naranja un origen semítico? No, demasiadas consonantes. Los árabes la habían tomado prestada del persa, que a su vez la recoge del sánscrito नारंग (nāraŋga). En este punto las raíces del naranjo parece que están de nuevo en terreno indoeuropeo. Pero tampoco es así; el origen último de la palabra parece que se encuentra en lenguas drávidas. Se sospecha eso porque hoy en día en tamil, que es una lengua en el sur de la India que pertenece a ese grupo, a la naranja amarga se la llama narandam, a la dulce nagarukam y ambas palabras se relacionan con nari, que significa fragancia.
El aroma de este lexema índico habría llegado a la Península Ibérica atravesando siglos y familias lingüísticas unido a la naranja. Sin embargo, una vez en Europa, esta palabra evolucionó con repentino desenfado. Los portugueses transformaron la n- en l- y la llamaron laranja. Los italianos debieron de suponer que esa l- inicial era el típico artículo árabe y la quitaron, transformando la palabra en arancia. Y a los franceses se les antojó relacionarla con el término or (=oro) y la convirtieron en orange. Cuando estaban todos tan orgullosos de haberle puesto el sello propio a las naranjas, aparecieron las verdaderas naranjas. Tomemos aire.
Lo que la Europa medieval conocía como naranja, en realidad era la variedad amarga, también conocida como naranja andaluza. Se utiliza más en la industria del perfume o para hacer mermelada, pero ya no es tan habitual verla en las fruterías. Esto es porque en el siglo XVI los portugueses se presentaron con una novedosa variedad cítrica mucho más dulce, importada desde el lejano oriente: las naranjas de la China. La antigua naranja se vio rápidamente desplazada en la mesa. También le tuvo que ceder su nombre, pues el término naranja a secas se reserva ahora a la variedad dulce y la antigua naranja tiene que diferenciarse colocándose el adjetivo de «amarga».
¿Y dónde está el falso amigo? Con tanto revuelo os va a parecer un poco soso. Vaya, lo mínimo que podía ocurrir. Pues está en aranja, palabra catalana que no significa naranja, aunque esté en el punto medio entre la naranja castellana y la arancia italiana. En catalán a las naranjas se las llama taronjas. Con el trasiego que han tenido los cítricos, en catalán aranja acabó designando a un primo suyo, el pomelo, que en español en según que zonas se llama toronja. En fin, un lío. Pero hay que tenerlo en cuenta, porque si ves los carteles en catalán, bien te puedes ir a casa con pomelos pensando que te llevas naranjas o viceversa. O en un plano más serio: en catalán no hay que buscar la mitja aranja, sino la mitja taronja que, si no, acabas encontrando tu medio pomelo. Que lo mismo no tiene mayor importancia, pero hay gente muy tiquismiquis en asuntos de amor y frutas.